Vicente.— La palabra, sea del tipo que fuera, sea cual fuera la importancia del mántram, sólo producirá efectos realmente interesantes y prácticos desde el ángulo de vista del juicio analítico si la persona que emite las palabras o los mántrams está realmente en contacto con la ley y ha purificado su vida de tal manera, que al pasar el mántram por sus labios no quede enturbiado su fluir, no quede detenido este fluir por las dificultades de la vida personal. ¿Se han dado cuenta ustedes que la palabra humana es un mántram y que desdichadamente utilizamos la palabra, no como un mántram, sino como una espada para acometer a nuestros hermanos? ¿De qué nos serviría tener grandes mántrams en sánscrito, en senzar, en palí o en cualquier lengua exótica por importante que sea, si la persona que emite estas palabras no tiene pureza en su interior? Seguramente que lo que hará, será ofender el valor místico de las propias palabras, de la misma manera que ha ofendido anteriormente el principio de pureza y libertad, y aquí hablamos de Libertad.
La Libertad y la pureza de expresión que hace que cada una de nuestras palabras sea un verdadero mántram, sea una revelación del Verbo Creador, que no constituya un nido de dificultades para los demás. ¿De qué nos serviría la herramienta si no supiésemos utilizarla? Y la palabra es la herramienta del Pensador, hay que utilizarla correctamente, no busquemos el juicio de las palabras, busquemos el juicio de la intención, busquemos el juicio de la propia fraternidad. ¿No es esto más justo y más humano el hablar correctamente cada día a aquellas personas que nos rodean, que pronunciar de vez en cuando un mántram, por glorioso que sea este mántram? Interesa profundamente que nosotros nos convirtamos en el mántram, que nos convirtamos en el Verbo y que el Cáliz que contiene este Verbo sea tan inmaculado, tan puro y tan sagrado, que al pasar el Verbo por el Cáliz no quede condicionado por nuestras limitaciones.
Conferencia de 22 de octubre de 1985