Cuando esotéricamente hablamos de cualidad, ya sea con respecto a la Vida de un Logos, de un Alma humana o de la diminuta conciencia de un átomo, nos referimos exactamente a dos cosas igualmente esenciales: al grado de evolución de dichas Vidas y a la manera como estas Vidas se manifiestan en Espacio y Tiempo, es decir, durante el proceso cíclico de la evolución, que en el Logos creador se extenderá por los Espacios Cósmicos dinamizándolos creativamente y en el átomo, cuya evolución cíclica pasa inadvertida pese a su maravillosa analogía, que por efecto de su extrema pequeñez solamente abarcará para su particular evolución una cantidad mínima de espacio, o de éter cualificado.
El ser humano puede considerarse, tal como esotéricamente se ha hecho siempre, como un átomo consciente dentro de la Vida de Dios, participando de Su capacidad creadora y utilizando, a su vez, un considerable número de elementos sustanciales, o químicos, en todos los planos en donde posee cuerpos definidos que vienen a ser como partes expresivas de su voluntad y reflejando, por lo tanto, aquel aspecto específico de su naturaleza que llamamos el Karma.