El hombre, o el ser humano, siempre tiene ante sí a la Vida de Dios reclamando su atención incesante. No se trata de meditar siguiendo una disciplina determinada para alcanzar esta suprema realidad, no se trata simplemente de alcanzar ciertos grados del Yoga supremo de la acción; se trata simplemente de comprender, de estar atentos a todo cuanto sucede dentro y fuera de nosotros mismos; si olvidamos esta ley se perderá en nosotros el éxtasis de la existencia, pues en el fondo buscamos este éxtasis, esta felicidad suprema que no nos han dado todavía las religiones, los movimientos políticos, religiosos y económicos dentro de nuestra sociedad organizada.
Como les decía y voy a terminar para que hagan preguntas ustedes en cantidad, diré solamente una cosa: todo está en ustedes, todo está en mí, todo está en nosotros. No se trata de buscar una nueva fórmula, un nuevo ideal, un nuevo Maestro, un nuevo Gurú; todo esto ha fracasado. Los movimientos espirituales con guías siempre fracasarán porque la ley del hombre es el propio hombre, es la Vida, la Verdad, el Camino. Solamente existe una ley, la ley que nada tiene que ver con organizaciones de tipo social, o religioso, o económico, es la libertad genuina de la Vida en nuestro propio corazón. Tratemos de hallarla ahí.