Vicente Beltrán El Amigo

MIS RECUERDOS DE VICENTE BELTRÁN ANGLADA

Era al atardecer de un soleado día del mes de septiembre de 1941. Me encontraba en Valladolid en un barracón de madera ubicado en un recinto vallado con alambradas. De repente la voz del guardia de la puerta me llamó. Los penados que estaban de descanso en el barracón se sorprendieron. “Que vienen a por ti”, me dijo alguien. Me levanté del suelo en el que estaba y me dirigí al puesto de guardia. “¿A quien esperas? me preguntó el cabo. “Yo…., a nadie.”, respondí. “Pues ahí fuera hay un soldado de artillería que pregunta por ti.” Fui a la puerta de entrada del recinto, guardada por un soldado y vi junto a él a otro soldado con las insignias de su regimiento. Me vio éste y me preguntó si yo era Rafael Conca Botella. Sorprendido afirmé con la cabeza. “Sí –contesté, soy yo.” Entonces pidió permiso al guardia de la puerta para entrar. Ya dentro del patio o recinto vallado me ofreció su mano, yo extendí la mía y nos dimos un cordial apretón. Me lo llevé al barracón, a un lugar libre de curiosos.

“Soy –me dijo- Vicente Beltrán Anglada. He venido a visitarte porque así me lo ha pedido un buen amigo mío, y creo –me miró- que también lo es tuyo. Mi  mirada le interrogó. “Se trata de Leandro Getino, de la Sociedad Teosófica.”, me aclaró.

Se me iluminó la cara de alegría. Hacia tiempo que  no tenía noticias del grupo de entrañables amigos con el que me relacionaba en mi pueblo natal. Yo no conocía ni sabía nada de Vicente. Leandro Getino no me dijo nunca que lo tenía como amigo. Realmente éste, Leandro, era un buen amigo de mi familia. Mi padre y él junto con otros amigos fundaron en mi pueblo, Alcoy, una Rama teosófica, la Rama Sophia que inscribieron en la Sociedad Teosófica de España, aunque eso es otra historia…

Vicente observó mi cara de extrañeza. “¿No te ha escrito Getino?” me preguntó. “No”, contesté.

Aunque no era nada raro que se perdiese una carta dada la estricta censura que existía entonces. “Bueno, es igual”, me dijo. “He venido por indicación suya. Recibí una carta de él en la que me sugería que viniese a verte. Yo –continuó- pertenezco al regimiento de artillería que está aquí, en Valladolid, y hoy dispongo de un rato para charlar contigo. Leandro y yo –prosiguió- mantenemos una buena amistad. Nos une la misma aspiración espiritual. Confío en que tú también la compartas.” “Sí –contesté- me interesa mucho todo lo espiritual, más aún ahora que tanto necesito creer en lo transitorio de las situaciones amargas.”

Continuamos hablando. A mí las palabras de Vicente me producían una sensación de calma y de comprensión al mismo tiempo. Sabía ya por experiencia que no había vuelta atrás en el camino que había emprendido. Vicente me lo confirmó con lo que me iba diciendo.

Me estuvo hablando aquella tarde de algunas de sus experiencias en otros planos, de donde me dijo que a menudo recibía mensajes. Yo conocía este tipo de comunicación por alguna de mis lecturas, por tanto consideré normal lo que me explicaba Vicente.

Pasó el tiempo volando aquella tarde. Vicente se despidió presuroso; tenía el tiempo justo antes de que pasasen lista en su compañía, la unidad militar a la que pertenecía. Le acompañé a la puerta casi en un estado de sonambulismo, sentía un raro bienestar.

La visita de Vicente se repitió varias veces. No era una visita diaria, venía cuando disponía de tiempo para ello. Yo le esperaba. Sabía que no siempre podía visitarme, y cuando venía me alegraba mucho. Hablábamos siempre de temas espirituales. A mí estas conversaciones me abrían nuevos e insospechados horizontes. En cierta ocasión me habló de sus viajes en cuerpo astral a otros planetas. Cuando hablaba de todo esto me quedaba boquiabierto. En una de esas ocasiones le pregunté por sus experiencias en esos viajes. Me miró sonriendo. “No puedo explicarte nada, pues posiblemente no lo comprenderías, pero puedo decirte que tú también llegarás a tener estas experiencias. No ahora, más tarde, cuando te hayas desprendido del lastre que te mantiene aferrado a los aspectos materiales.”

Otro día, en plena conversación, paró de hablar repentinamente, buscó en el bolsillo de su guerrera un bloc y un lápiz, y se puso a escribir. Cuando terminó me dijo que había recibido un mensaje de planos internos. Me lo enseñó, estaba escrito con letra grande y apresurada, aún me parece que lo estoy viendo. Lo leí y me asombró su contenido. Era de una gran elevación espiritual. Me explicó que estos mensajes en ocasiones contenían falsedades.

“Existen entidades –me dijo- que usurpan la identidad de seres elevados. Naturalmente sus mensajes son de baja calidad. Yo ya me he enseñando a discernir sobre ellos; la mayoría de veces los rechazo.”

Creo que he explicado lo más importante de nuestros breves encuentros. La última vez que vino me dijo que estaba esperando de un momento a otro que llegase a su unidad la orden de traslado. “Seguramente nos trasladarán a Castellón de la Plana” me dijo. Cuando se fue nos despedimos. Tuve la impresión de que quizás no volvería a verle. Pero guardaba en lo más recóndito, en mi mundo interno, la riqueza de sus enseñanzas.

Ya no he vuelto a saber de él. Sólo he sabido de Vicente a través de los trabajos que periódicamente publicaba en la revista “Conocimiento de la Nueva Era”, a la cual estaba suscrito. A los presentes “recuerdos” acompaña una fotocopia de uno de sus escritos en esta revista publicado en 1970.

Rafael Conca Botella, Enero de 2008